viernes, 28 de enero de 2011

Bibliopegia antropodérmica I

Los libros encuadernados en piel humana existen. No te extrañes. El hombre es un material muy aprovechable. Somos bestia de carga y herramienta, nuestra carne es comestible. Desde que nacemos maquinamos cómo utilizar al otro. Sólo era cuestión de tiempo que ese otro curtiera nuestra piel para descubrir así un cuero tan flexible y resistente como el del cerdo. Y los libros han vestido tantos ropajes… incluso piel de serpiente, morsa o tiburón.

Los ingleses, utilizando esa lógica insular que les da fama de excéntricos, bautizaron la afición a forrar libros con pellejos del prójimo como encuadernación antropodérmica. Un feliz hallazgo para definir el más exquisito sibaritismo o el simple mal gusto. Poca cosa queda hasta el siglo XVIII, apenas algunos pellejos resecos en alguna iglesia o museo. Fue en el Siglo de la Razón cuando la talabartería fantástica se convierte en pasión: nos deja suaves zapatillas de piel humana, un gracioso cinturón en el que el pezón de su dueño se distingue claramente o zapatos de tacón confeccionados con la piel de un criminal ejecutado. Llevar unos pantalones hechos con la piel del buen Conde de Herbach tenía que ser toda una experiencia. Pero todo aquello no eran más que frivolidades impropias de una mente científica y los médicos de la época hicieron lo posible por dar una utilidad práctica al cuero humano. Anthony Askew, galeno, bibliófilo y caprichoso la encontró encuadernando una obra de anatomía. John Hunter se las ingenió para vestir su Tratado sobre las enfermedades de la piel con otra de saludable aspecto. Entonces llegó la Revolución francesa, tan moderna, y amplió horizontes: una enorme fábrica de curtidos en Meudon cuya principal materia prima era el pellejo de los guillotinados. De Cassagnac conservaba una copia de la Constitución francesa de 1793 encuadernada en piel humana exquisitamente teñida de un verde claro que ahora guarda el Museo Carnavalet de París.

En Inglaterra los jueces acostumbraban a encomendar los cuerpos de los ajusticiados a médicos y abogados. Muchos criminales acabaron así sus días, forrando textos legales para expiar sus pecados, muertos y bien muertos. Uno de los primeros casos que se recuerdan es el de John Horwood, un joven de 18 años condenado por el asesinato de Eliza Balsum. Ahorcado en 1821, diseccionado en público, su esqueleto acabó en un museo de criminales ejecutados. La fatigosa experiencia terminó al ser curtido y encuadernado en un grueso libro que trata su caso, decorado con bordes dorados, calaveras y tibias cruzadas. Todavía queda entre sus páginas la factura del encuadernador –diez libras– y el cálculo del valor de la piel que se empleó, poco más de una libra. George Cudmore, tuvo más suerte. Sirvió de tapa para los poemas de Milton. En América, el salteador de caminos George Walton se las arregló para hacer llegar la historia de sus aventuras encuadernada con su propia piel al único hombre que tuvo presencia de ánimo para hacerle frente. Éste aceptó el cumplido como años antes había recibido el balazo.

Muchos bibliófilos se aficionaron a estas peculiares encuadernaciones. En 1831, André Leroy, joven, romántico y apasionado, asaltó el tanatorio y arrancó como pudo trozos de piel de su admirado Jacques Delille, el autor de una celebrada traducción de las Geórgicas de Virgilio. Delille sirvió para encuadernar su propia traducción. Algunos no tuvieron tanta paciencia, como cierto poeta ruso que perdió una pierna en un accidente de equitación y encuadernó una colección de sus mejores sonetos con la piel del miembro amputado. Cojo y enamorado, regaló el librito a su enamorada. No nos consta cómo acogió ella el presente. Otro curioso caso es el de cierta viuda –uno la imagina joven y apetitosa– que mandó forrar las cartas de amor de su primer marido con la piel del difunto. El segundo, sabiendo que la buena salud es un estado transitorio que no augura nada bueno, no quedaría muy tranquilo ojeando el volumen. Está también el decadente Doctor Cornil, que mandaba encuadernar libros de la manera más refinada posible. Un buen día encargó forrar un ejemplar de Los tres mosqueteros con una piel tatuada de dos dragones enzarzados en singular combate. Otro tatuaje, un corazón atravesado por una flecha, le sirvió para ser portada de Bubu de Montparnasse. El delicado doctor también pidió encuadernar una edición de Mercier de Compiègne, L’eloge des seins, con la piel del pecho de una mujer buscando un exquisito efecto con el pezón que sobresalía en el centro de la portada. Un colega suyo consiguió que forraran en 1891 una Danza de la muerte de Holbein con la piel de otra mujer. El supremo refinamiento aquí consistía en usar pelo humano en vez de hilo de seda para coser los cuadernillos.

Como ves, los libros en piel humana han excitado el deseo de pornógrafos, además del de los bibliófilos. Los hermanos Goncourt cuentan en sus diarios que algunos internos de hospital de Clamart fueron despedidos por contrabandear la piel de lo pechos de sus pacientes fallecidas con un encuadernador de libros obscenos en Fabourg Saint-Germain. El editor de libros eróticos Isidore Liseux juraba haber visto un ejemplar del Justine y Juliette de Sade confeccionado de esa forma. Incluso, rumor de rumores, hay quien habla de un fabuloso volumen, el tratado De serto virginum, encuadernado de la manera más apropiada.
Uno de los ejemplares más modernos que se conservan es también uno de los más bellos en su ominoso estilo. Me refiero a una colección de panfletos del cirujano holandés Bernhard Siegfried Albinus. En sus páginas, el autor se interroga sobre la causa del color de la piel de los etíopes. Esta disertación sirvió de inspiración para el antropólogo Hans Friedenthal, que mando encuadernar lujosamente la obra con la piel de un hombre negro y decorarla con una plaquita de plata incrustada en la portada con la efigie del hombre y su cráneo. El libro es único en muchos otros aspectos. Contiene seis de las primeras mezzotintas en color que se hicieron, obra de dibujante Jan Ladmiral. Y la piel de su legítimo propietario fue lo suficientemente extensa como para forrar otros dos libros más.

skinBookCover1200x2000El libro se guarda en un saco negro, con un corazón y unos pulmones bordados en tela amarilla. Un estuche protege todo el conjunto con la admonitoria frase “Piensa cuando estés aterrorizado por otros hombres… de tu propia piel”. Tanto despliegue de medios hizo salivar de deseo a cierto bibliófilo de principios del siglo pasado hasta hacerle fantasear con la posibilidad de poseer una magna obra de cinco tomos, cada uno forrado con la piel de un hombre de distinta raza.

La encuadernación antropodérmica desapareció de la faz de la tierra antes de la primera guerra mundial. 
Según  No hay ejemplares posteriores en el tiempo aunque el deseo de los sibaritas nunca será satisfecho y muchos anhelen secretamente acariciar con las yemas de sus dedos uno de estos libros. Tal vez olerlos con los ojos cerrados. Saber a qué saben. ¿Y si se siguen encuadernado en secreto sin que lleguen a nuestros oídos, lector?

Por: Librosmalditos.com

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